Todos los católicos
estamos llamados al seguimiento de Cristo. Por el bautismo nos hacemos Hijos de
Dios, Hermanos de Jesucristo y Templos vivos del Espíritu Santo. Por lo tanto,
la vida de los católicos, si quieren ser fieles y coherentes con su bautismo no
puede ser la misma que la de una persona no bautizada. La imitación de Cristo
será la tarea fundamental en su vida.
Sin embargo, hay
personas que por una invitación especial de Dios, bajo una moción del Espíritu
Santo, se proponen seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios amado por
encima de todo y procurar que toda su vida esté al servicio del Reino. Esto es
lo que se llama en la Iglesia católica, la vida consagrada.
Las personas que
asumen libremente el llamamiento a la vida consagrada viven los así llamados
consejos evangélicos por amor al Reino de los cielos. Los consejos evangélicos
son la pobreza, la castidad y la obediencia. Se les llama consejos evangélicos
porque fueron predicados por Cristo en el evangelio y aparecen como una
invitación para seguir más de cerca el camino que Él recorrió en su vida. Si
bien todos los católicos estamos llamados a vivir estos tres consejos, la
persona consagrada lo hace como una manera de vivir una consagración “más
íntima” a Dios, motivado siempre por dar mayor gloria a Dios. La pobreza es el
desprendimiento de todo lo creado para utilizarlo de forma que pueda dar mayor
gloria a Dios. La castidad es lograr que toda nuestra persona: inteligencia,
voluntad, afectos y cuerpo estén dominados por nosotros mismos. Y por último,
la obediencia, es el sometimiento de la voluntad propia a la voluntad de Dios,
a través de los superiores legítimos, representantes de Cristo para el alma
consagrada.
Las personas
consagradas a Dios pueden vivir su consagración de muy diversas formas y así
vemos como a lo largo de la historia de la Iglesia, desde las primeras
comunidades cristianas en el Asia Menor hasta los florecientes centros urbanos
de nuestros días, la vida consagrada asume diversidad de formas. Las hay de
aquellos que se dedican a la oración y a la contemplación en un lugar apartado
de toda civilización. Hay quienes inmersos en el mundo, viven su consagración
entre las más diversas actividades de la vida diaria.
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